lunes, 15 de abril de 2013

La batalla contra el tráfico de animales en Perú

Vendedores de mascotas en el jirón Ayacucho. Se alistan nuevos operativos para erradicarlos.

*En lo que va del año, 212 animales han sido rescatados de las manos de los traficantes del jirón Ayacucho. La Municipalidad de Lima ya cerró una galería y el Poder Judicial está procesando a los que venden especies silvestres. La pelea ha comenzado.
Texto: Óscar Miranda.

 

La escalera de mano está tan empinada que un paso en falso, un mal movimiento, y Alberto Lanata acabará con sus más de 100 kilos en el suelo, tres metros más abajo. Pero el dueño del inmueble, ubicado en el número 550 del jirón Ayacucho, en el Cercado de Lima, dice que no hay problema, que él practica pesca submarina –o sea, que es un poco atleta– y que bajará normal nomás. Esta escalera es lo único que conecta el segundo piso con el primero, cuya puerta fue clausurada el viernes 5 por la Municipalidad de Lima debido a las irregulares condiciones en que allí se vendían animales. Durante todo el fin de semana pasado, las redes sociales se llenaron de comentarios de preocupación de activistas que se preguntaban qué estarían comiendo los animalitos ahora que sus dueños habían huido tras el operativo.
Pero Lanata me ha dicho que los animales están bien y que sus dueños nunca los abandonaron. Por eso ha accedido a dejarme entrar a su galería, algo que no había permitido a ningún otro periodista, y a descender al clausurado primer piso –"sin fotógrafo, eso no"– por esta débil escalera que él ahora recorre lenta, pesada, imprudentemente, hacia abajo. Lo sigo prestamente.
La galería es una quinta antigua, de madera, típica del Centro Histórico. En el primer local solo hay camas, correas, champús, juguetes y todo tipo de accesorios para perros. No hay animales. En los otros tres que visito, lo mismo. Hay una docena de tiendas más en el primer piso, pero no puedo verlas porque sus dueños no están o quizás porque no quieren mostrármelas. Acerco mi oído a algunas puertas cerradas. No se oye nada.
El único local donde encuentro animales es el de Marco Bazán, un vendedor que media hora antes me había ofrecido en la calle una cajita con tres hámsters. Ahora me muestra su tienda, donde tiene 30 hámsters en total y cinco conejos. Todos tienen su alimento. "¿Cómo dicen que no les estamos dando de comer?", me pregunta. "Este es mi material de trabajo. ¿Crees que voy a dejar que se mueran? ¡Si yo vivo de esto!".
Resistencia violenta
El viernes 5, la Municipalidad de Lima colocó un bloque de cemento en la puerta de la galería. Fue una medida sin precedentes. Nunca antes alguna autoridad había actuado con tanta firmeza contra el comercio ilegal de animales. Álvaro Anicama, gerente de Fiscalización de la comuna limeña, dice que desde que comenzó esta gestión se decidió atacar este problema pero que no era sencillo por la debilidad de las normas. Hay una ley, la 27265, que prohíbe la comercialización de animales sin autorización, pero no ha sido reglamentada. Así que había que entrar por temas colaterales: la inseguridad, la insalubridad y, sobre todo, la falta de licencia de funcionamiento del local.
Dos días antes, el miércoles 3, los funcionarios de la Gerencia de Fiscalización, junto a representantes de la Fiscalía, el Ministerio de Agricultura (Minag) y la Policía Ecológica habían intervenido el inmueble de Lanata. No fue fácil. Al verlos llegar, los vendedores cerraron sus tiendas y cuando las autoridades trataron de abrirlas respondieron con violencia. Un policía fue agredido. El equipo de la Administración Técnica de Flora y Fauna Silvestre (ATFFS) del Minag incautó en una de las tiendas tres palomas cascabelita y dos loros cabeza roja (que son especies amenazadas y cuya venta es delito). La gente del municipio cargó con cuatro perritos. Intentaron hacer un inventario de los muchos otros animales que vieron pero fue imposible.
El hombre del negocio
"A esa señora que le encontraron los loritos yo la quiero sacar pero no puedo". Alberto Lanata me ha llevado a su oficina, un altillo en el segundo piso de la casona. Allí me dice que él es el primer interesado en que no se vendan especies silvestres en su galería. Que la única persona a la que le han encontrado ese tipo de animales es esta mujer, a la que trata de desalojar judicialmente desde hace dos años, y que nadie más los vende.
Sin embargo, su problema no es solo la venta de animales silvestres sino la de cualquier animal. La Municipalidad de Lima no permite el comercio de animales en el Centro Histórico. Por eso el cierre de la galería es definitivo. Álvaro Anicama dice que si Lanata quiere reabrirla algún día tendrá que cambiar de giro. "Podría vender telas, plásticos, fotocopias... Podría vender accesorios, peces ornamentales, pero mientras siga este negocio, no se abrirá".
Le pregunto a Lanata por qué no cambia de rubro. Su hermana Bianca, que está presente, interviene: "¡Les hemos pedido [a los inquilinos]! A nosotros no nos gusta. Yo escucho llorar a los animalitos todos los días". Lanata agrega: "Es que eso no es mágico. Es un trabajo de presión constante para que cambien".
Para la gente de la municipalidad, todo eso es retórica porque quien maneja el negocio es él. Anicama sencillamente no le cree. "Si el señor viene y dice que va a cambiar todo, saca a los inquilinos, les dice 'ya, no paguen la renta, todos afuera', lo ayudamos. Pero él tiene un chicharrón".
Cinco años de cárcel
El 3 de marzo, la ATFFS, la Policía Ecológica y la Fiscalía intervinieron sorpresivamente el inmueble del número 516 del jirón Ayacucho, que originalmente pertenecía a la familia de Lanata pero que fue vendido hace unos años. En un rincón encontraron a un tipo que estaba ofreciendo cinco loritos cabeza roja a una familia. Al ver entrar a las autoridades, quiso escabullirse pero lo interceptaron. Cuando inspeccionaron su depósito, en el segundo nivel, hallaron, ocultos bajo un falso piso, más de 100 loritos, entre cabezas rojas y 'pihuichos', apretujados en una java de fruta que apenas podía contenerlos. Los fueron sacando uno por uno y casi no podían tenerse en pie. Muchos estaban muertos. A otro sujeto le incautaron nueve iguanas verdes y una tortuga taricaya. Los especialistas de la ATFFS se llevaron  los animales a su sede institucional para recuperarlos. A las aves les dieron agua con suero y verduras. Una vez que mejoraron, las entregaron a distintos zoológicos de Lima y de la selva.
Christian Abramonte, biólogo de la ATFFS, cuenta que el vendedor que tenía los loritos cabeza roja ha sido procesado penalmente. Desde el 2008 es delito la comercialización, el transporte y la simple tenencia de animales amenazados. La lista abarca 301 especies, entre las que figuran la pava aliblanca, el zambullidor de Junín y el mono choro. El comercializador podría recibir una pena de hasta cinco años de cárel.
¿No se puede tener ningún animal silvestre, entonces? El biólogo dice que sí se pueden comprar las especies no amenazadas que hayan nacido en zoocriaderos autorizados por la Dirección General de Flora y Fauna Silvestre. En Lima hay 23 zoocriaderos, la mayoría de aves, pero en provincias los hay con monos y pequeños reptiles. La persona interesada puede adquirirlos allí e inscribirlos como mascotas en la ATFFS de la jurisdicción correspondiente. Si quiere transportarlos a otra ciudad, necesita tramitar los permisos requeridos.
Lo que no se debe hacer –dice Abramonte– es comprarlos en el jirón Ayacucho ni en ninguna otra calle o local no autorizado. Eso solo mantendrá en movimiento la rueda del tráfico. Entre 2009 y 2012 fueron decomisados más de 13 mil animales en todo el Perú. En lo que va del año se ha rescatado 214 animales solo en el jirón Ayacucho. Las condiciones en las que los mantenían eran terribles.
La situación de los perros, gatos y otros animales domésticos es diferente pero solo en parte. Fabiana Portal, de Unidos Por los Animales (UPA), dice que se pueden comprar de manera legal en pet shops y veterinarias autorizadas, donde los tienen en mucho mejor estado que en las tiendas del jirón Ayacucho.
Sin embargo, su institución y las otras que defienden los derechos de los animales están en contra de su comercialización porque consideran que no son mercancía. "Si una persona quiere tener una mascota, que no compre, que adopte", dice. Claudia Alarcón, de la Asociación Patitas, dice que, aunque mucha gente no lo sabe, sus instituciones no solo entregan en adopción perritos chuscos sino también muchos de raza y pedigrí. Así que no hay excusas.
Criaturas rescatadas
Hace siete años, funcionarios del Inrena rescataron a dos zorritas andinas a las que un facineroso estaba vendiendo en el jirón Ayacucho. Las llevaron al zoológico del Colegio El Buen Pastor, en Los Olivos, deshidratadas y muertas de miedo. La veterinaria Milagros Ramos y su equipo las instalaron junto a otra zorra andina, las trataron con cariño y pronto ya estaban recuperadas y retozando felices. El día que visitamos El Buen Pastor, Milagros nos presentó a una de ellas, 'Zorri'. Su hermanita murió hace unos años y la otra zorra fue trasladada a otro zoológico. Así que 'Zorri' está allí sola, aunque siempre recibe la visita de Milagros y de sus colaboradores Lizeth y Segundo. "¡A ver, 'Zorri'! ¡La patita! ¡La patita!".
En El Buen Pastor hay 220 animales, la mayoría de ellos entregados por la ATFFS, que los decomisó en operativos o los recibió de personas que los tenían como mascotas pero que tuvieron que deshacerse de ellos cuando crecieron demasiado. Hay monos, loros, guacamayos, caimanes, coatíes, tigrillos y chosnas y muchas especies más. Milagros me muestra dos frailecitos rescatados el año pasado del jirón Ayacucho, así como un grupo de taricayas a las que venden en baldes a 5 soles. Me dice que, por lo general, procura enviar a los monitos y reptiles a los centros de rescate del interior del país. Cuando nadie más los quiere recibir, porque ya no hay espacio, se los queda.
"Te vas a acordar"
De nuevo en el jirón Ayacucho. Alberto Lanata nos ha despedido en la puerta de su galería pero, de pronto, decide acompañarnos unos metros por la calle para señalarnos una casona en ruinas, en la esquina con Ucayali. Dice que allí los vendedores ambulantes de animales esconden su "mercadería". Carlos, el fotógrafo, y yo decidimos subir. Al final de una escalera a punto de caerse hay un pasillo con dos habitaciones. En la segunda encontramos una decena de jaulas de aves vacías y una repleta de pericos australianos. Le pertenecen a un hombre de unos 60 años que dice llamarse Lino y que, indudablemente, está sorprendido de vernos allí.

 Le hacemos unas fotos y nos marchamos. En la puerta de la casona, unos tipos nos reciben con miradas amenazantes. Vamos donde nos espera Lanata y, de pronto, el tal Lino nos alcanza y la emprende a gritos contra su vecino. "¡Eres un soplón! ¡Pero te vas a acordar!". El hombre se va. Lanata nos dice que esta es la gente a la que las autoridades deberían perseguir, no a él. Nos da la mano y se marcha.

Fuente: Diario La República del Perú 

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