*En una finca en el municipio de Caldas (Antioquia) funciona la fundación Unau, que más que fundación es un refugio para los osos perezosos, una especie amenazada por el hombre y la falta de bosques. Una historia de naturaleza que nos cuenta Henry Agudelo/El Colombiano.
Cierro los ojos y pienso por unos segundos: soy un bebé y para sobrevivir necesito a mi madre. Sin ella, estoy muerto. De repente, de la espesura de hojas y árboles donde vivo, emerge un cazador que golpea a mamá con un machete. Es una masacre dolorosa, ella lucha por los dos, sabe que sin ella no voy a ir muy lejos. Pero su pelea es estéril, después de varios minutos, cae sin vida sobre la hierba. Su cuerpo tibio que me protegió desde que nací, se enfría mientras permanece inerte, ni siquiera mis lamentos logran que se incorpore. Su pelaje gris está cubierto de sangre. El mío también, pero no me doy cuenta de nada, estoy aturdido por los gritos después de cada herida. Yo no sé dónde estoy, solo siento que una mano me toma por el cuello y me introduce en un costal. Cuando vuelvo a salir, estoy al borde de una carretera y alguien me vende a un niño por 30 mil pesos. Dejo de pensar, abro los ojos y me encuentro de frente con una cría de oso perezoso que vivió todo esto en su propio pellejo. Yo solo lo imaginé.
Esa es la tragedia de estos animales. La cría me observa sonriente. Está sobre el pecho de Tinka Plese, una croata generosa que hace ocho años lidera la fundación Unau para la protección de los xenerthra, que no son otra cosa que los perezosos y los hormigueros que habitan los bosques tropicales del país.
La cría se la trajo un caleño que se la compró a un comerciante en la vía a la costa, "un alma benévola", dice Tinka mientras la cría le busca la cabeza y me mira y comprendo que esta es el arma de su comercialización, qué niño se resiste a esos ojos tristes de caricatura. Ella me aclara que no es tristeza, ni tampoco está sonriendo, son las marcas de la naturaleza. Una falsa ternura que los condena.
Tinka le habla. Ella, de pelos dorados y ojos azules, se convierte transitoriamente en su madre. La cría busca con sus manos pesadas y sus pezuñas un lugar de dónde agarrarse, pero se le dificulta, al capturarla le cortaron y le limaron las uñas. "Los cazadores les quitan las uñas y los colmillos para que se convierta en la mascota perfecta: no molesta, no lastima", explica la rubia mientras le ayuda a subir un poco. La cría también busca un gesto cálido, una complicidad, busca alimento, busca a mamá. Pero no está.
La Fundación Unau es una casa de ladrillos en medio de un solar inmenso lleno de árboles, construida en las afueras del municipio de Caldas. La cosa comenzó por el azar. En 1996 alguien se comunicó con Corantioquia con la intención de devolver dos perezosos que había comprado en un paseo a la costa, pero después de cierto tiempo, se le convirtieron en unas mascotas insostenibles.
En ese tiempo, Carlos Arango, conocido de Tinka, fue quien recibió la llamada, pero no sabía qué responder a la solicitud porque no había un programa específico para la recepción de animales silvestres. "Así que tomó la decisión de traérselos para la casa".
-Uno de los perezosos murió, pero el otro resistió todo el trajín y de inmediato, sin saber nada de esta especie, ni rehabilitación, sino a punta de empeño y cariño, lo sacamos adelante.
"Campanita", así se llamaba la primera perezosa que tuvieron en lo que con los años se convertiría en la Fundación. Después de tres meses, la devolvieron a su hábitat. Entonces comenzó a saberse en los pasillos que allí recibían perezosos y comenzaron a llegar tres, cinco, veinte, sesentaicinco, hasta llegar los cien que anualmente reciben en este oasis de animales maltratados.
El primer paso de la rehabilitación es cortar la cadena de maltrato. Si el animal viene herido, curarlo, si viene asustado, tranquilizarlo, si viene huérfano, darle amor. Mucho. Por eso esta cría que me mira como el objeto más curioso del mundo está envuelto en una cobija de lanitas azules que le recuerdan el abrigo maternal, mientras Tinka, con una jeringa hipodérmica, le da leche.
Otro de los pasos es restablecer su capacidad autónoma. O sea, que se comporten como perezosos o como hormigueros o como mieleros, pero no como niños caprichosos dependientes. Por eso en la Fundación se construyeron réplicas de tupidos bosques tropicales empaquetados en mallas de metal y techos de zinc. Son pequeños refugios donde ellos llegan después de los primeros días.
En una de las casetas, colgando de uno de los palos estaba una cría. Su estado de total dejadez reflejaba que era feliz, realmente era un perezoso, el animal más lento del planeta, con un metabolismo de tortuga que le obliga a cagar solo una vez a la semana y tan pernicioso que se puede pasar 20 horas copulando, pero no por exceso de pasión, sino por que se queda dormido en el encuentro.
"Pero son fundamentales para los bosques donde viven", explica Tinka, para que quede claro que a pesar de su lentitud 'in extremis', estos animales son vitales para el abono de los troncos frondosos de los bosques de la mesoamérica, que comprende el territorio formado desde Costa Rica hasta el norte de Argentina.
Mientras contemplamos a este muñeco sostenido del palo, se acerca otro, de un color más parejo en su pelaje. "Esta es la otra clase del perezoso, este es dos uñas", a diferencia del primero no tiene tres uñas sino dos, además de colmillos. "Este nos llegó cubierto de sangre. Lo revisamos bien, pero no tenía ninguna herida y logramos determinar que no era sangre suya, sino de la madre. Por lo general, por ser más bravos que los otros, a la madre hay que matarla para quedarse con su cría. A la gente no le interesan ejemplares grandes. Solo crías, tiernas y desamparadas", dice Tinka con indignación.
Después de que se logra la autonomía, en especial con la rigurosidad de no darles el alimento sino de disponerlo como estaría en su ambiente. Cuando ya come solo, cuando no hay que estar acercándole la comida, se comienza a pensar en su reubicación, un lugar parecido del que vienen, un árbol familiar, una casa parecida.
En Santa Fe de Antioquia es el lugar donde mejor les ha ido a estos desafortunados sin tierra. "El proceso se inició con unos pocos, con el temor de que todo fracasara y al final terminaran de nuevo en una carretera", dijo.
Pero no fue así. Después de varios meses de trabajos de monitoreo, la mayoría de los ejemplares desapareció del 'radar'. Sin embargo, los campesinos del sector fueron los que les dieron la tranquilidad de que estaban haciendo las cosas bien.
-Esos se volvieron unos sinvergüenzas -recuerda Tinka-. Ya la mayoría va con su cría al hombro.
En otra cabañita está una madre con su cría. Desde que entramos, a pesar de sus marcas, nos mira con desconfianza. Apenas sí escucha las palabras de cariño que le manda Tinka. Esta es una de las primeras perezosas nacidas en Cautiverio. "Se la llevamos a Joaquín, el perezoso del Jardín Botánico y después llegó embarazada. Es una felicidad muy grande", afirma Tinka, quien parece entender a estos animales tan silenciosos como lentos. Tan desapercibidos como amenazados.
Sus bosques se están extinguiendo y eso, junto a la cacería ilegal, los está acabando. Son, como se dice, unos desplazados doblemente perseguidos. Además su condición física no les permite una defensa digna, siempre que algún animal se enfrente cuerpo a cuerpo con ellos, con intenciones de matarlos, lleva las de ganar. Es presa fácil en un hábitat que se extingue.
Por eso la petición de Tinka, para las corporaciones ambientales. "No se trata de cuidar a los que ya poco o nada se puede hacer. La verdadera meta de estas entidades es apoyar los trabajos de sensibilización. Es un trabajo efectivo, yo puedo dar fe. Nosotros tenemos más osos por devolución que por incautación de las autoridades", explica.
Pero también deja claro que el objetivo final es que a estos animalitos los dejen en paz en su hábitat. "No es una mascota. Por más tierna que sea, es más feliz en su bosque que en una casa".
Entonces miro los ojos de esta cría aferrada a su madre y pienso que, aunque sea por alguna vez, sí sonríe de verdad.
Cierro los ojos y pienso por unos segundos: soy un bebé y para sobrevivir necesito a mi madre. Sin ella, estoy muerto. De repente, de la espesura de hojas y árboles donde vivo, emerge un cazador que golpea a mamá con un machete. Es una masacre dolorosa, ella lucha por los dos, sabe que sin ella no voy a ir muy lejos. Pero su pelea es estéril, después de varios minutos, cae sin vida sobre la hierba. Su cuerpo tibio que me protegió desde que nací, se enfría mientras permanece inerte, ni siquiera mis lamentos logran que se incorpore. Su pelaje gris está cubierto de sangre. El mío también, pero no me doy cuenta de nada, estoy aturdido por los gritos después de cada herida. Yo no sé dónde estoy, solo siento que una mano me toma por el cuello y me introduce en un costal. Cuando vuelvo a salir, estoy al borde de una carretera y alguien me vende a un niño por 30 mil pesos. Dejo de pensar, abro los ojos y me encuentro de frente con una cría de oso perezoso que vivió todo esto en su propio pellejo. Yo solo lo imaginé.
Esa es la tragedia de estos animales. La cría me observa sonriente. Está sobre el pecho de Tinka Plese, una croata generosa que hace ocho años lidera la fundación Unau para la protección de los xenerthra, que no son otra cosa que los perezosos y los hormigueros que habitan los bosques tropicales del país.
La cría se la trajo un caleño que se la compró a un comerciante en la vía a la costa, "un alma benévola", dice Tinka mientras la cría le busca la cabeza y me mira y comprendo que esta es el arma de su comercialización, qué niño se resiste a esos ojos tristes de caricatura. Ella me aclara que no es tristeza, ni tampoco está sonriendo, son las marcas de la naturaleza. Una falsa ternura que los condena.
Tinka le habla. Ella, de pelos dorados y ojos azules, se convierte transitoriamente en su madre. La cría busca con sus manos pesadas y sus pezuñas un lugar de dónde agarrarse, pero se le dificulta, al capturarla le cortaron y le limaron las uñas. "Los cazadores les quitan las uñas y los colmillos para que se convierta en la mascota perfecta: no molesta, no lastima", explica la rubia mientras le ayuda a subir un poco. La cría también busca un gesto cálido, una complicidad, busca alimento, busca a mamá. Pero no está.
La Fundación Unau es una casa de ladrillos en medio de un solar inmenso lleno de árboles, construida en las afueras del municipio de Caldas. La cosa comenzó por el azar. En 1996 alguien se comunicó con Corantioquia con la intención de devolver dos perezosos que había comprado en un paseo a la costa, pero después de cierto tiempo, se le convirtieron en unas mascotas insostenibles.
En ese tiempo, Carlos Arango, conocido de Tinka, fue quien recibió la llamada, pero no sabía qué responder a la solicitud porque no había un programa específico para la recepción de animales silvestres. "Así que tomó la decisión de traérselos para la casa".
-Uno de los perezosos murió, pero el otro resistió todo el trajín y de inmediato, sin saber nada de esta especie, ni rehabilitación, sino a punta de empeño y cariño, lo sacamos adelante.
"Campanita", así se llamaba la primera perezosa que tuvieron en lo que con los años se convertiría en la Fundación. Después de tres meses, la devolvieron a su hábitat. Entonces comenzó a saberse en los pasillos que allí recibían perezosos y comenzaron a llegar tres, cinco, veinte, sesentaicinco, hasta llegar los cien que anualmente reciben en este oasis de animales maltratados.
El primer paso de la rehabilitación es cortar la cadena de maltrato. Si el animal viene herido, curarlo, si viene asustado, tranquilizarlo, si viene huérfano, darle amor. Mucho. Por eso esta cría que me mira como el objeto más curioso del mundo está envuelto en una cobija de lanitas azules que le recuerdan el abrigo maternal, mientras Tinka, con una jeringa hipodérmica, le da leche.
Otro de los pasos es restablecer su capacidad autónoma. O sea, que se comporten como perezosos o como hormigueros o como mieleros, pero no como niños caprichosos dependientes. Por eso en la Fundación se construyeron réplicas de tupidos bosques tropicales empaquetados en mallas de metal y techos de zinc. Son pequeños refugios donde ellos llegan después de los primeros días.
En una de las casetas, colgando de uno de los palos estaba una cría. Su estado de total dejadez reflejaba que era feliz, realmente era un perezoso, el animal más lento del planeta, con un metabolismo de tortuga que le obliga a cagar solo una vez a la semana y tan pernicioso que se puede pasar 20 horas copulando, pero no por exceso de pasión, sino por que se queda dormido en el encuentro.
"Pero son fundamentales para los bosques donde viven", explica Tinka, para que quede claro que a pesar de su lentitud 'in extremis', estos animales son vitales para el abono de los troncos frondosos de los bosques de la mesoamérica, que comprende el territorio formado desde Costa Rica hasta el norte de Argentina.
Mientras contemplamos a este muñeco sostenido del palo, se acerca otro, de un color más parejo en su pelaje. "Esta es la otra clase del perezoso, este es dos uñas", a diferencia del primero no tiene tres uñas sino dos, además de colmillos. "Este nos llegó cubierto de sangre. Lo revisamos bien, pero no tenía ninguna herida y logramos determinar que no era sangre suya, sino de la madre. Por lo general, por ser más bravos que los otros, a la madre hay que matarla para quedarse con su cría. A la gente no le interesan ejemplares grandes. Solo crías, tiernas y desamparadas", dice Tinka con indignación.
Después de que se logra la autonomía, en especial con la rigurosidad de no darles el alimento sino de disponerlo como estaría en su ambiente. Cuando ya come solo, cuando no hay que estar acercándole la comida, se comienza a pensar en su reubicación, un lugar parecido del que vienen, un árbol familiar, una casa parecida.
En Santa Fe de Antioquia es el lugar donde mejor les ha ido a estos desafortunados sin tierra. "El proceso se inició con unos pocos, con el temor de que todo fracasara y al final terminaran de nuevo en una carretera", dijo.
Pero no fue así. Después de varios meses de trabajos de monitoreo, la mayoría de los ejemplares desapareció del 'radar'. Sin embargo, los campesinos del sector fueron los que les dieron la tranquilidad de que estaban haciendo las cosas bien.
-Esos se volvieron unos sinvergüenzas -recuerda Tinka-. Ya la mayoría va con su cría al hombro.
En otra cabañita está una madre con su cría. Desde que entramos, a pesar de sus marcas, nos mira con desconfianza. Apenas sí escucha las palabras de cariño que le manda Tinka. Esta es una de las primeras perezosas nacidas en Cautiverio. "Se la llevamos a Joaquín, el perezoso del Jardín Botánico y después llegó embarazada. Es una felicidad muy grande", afirma Tinka, quien parece entender a estos animales tan silenciosos como lentos. Tan desapercibidos como amenazados.
Sus bosques se están extinguiendo y eso, junto a la cacería ilegal, los está acabando. Son, como se dice, unos desplazados doblemente perseguidos. Además su condición física no les permite una defensa digna, siempre que algún animal se enfrente cuerpo a cuerpo con ellos, con intenciones de matarlos, lleva las de ganar. Es presa fácil en un hábitat que se extingue.
Por eso la petición de Tinka, para las corporaciones ambientales. "No se trata de cuidar a los que ya poco o nada se puede hacer. La verdadera meta de estas entidades es apoyar los trabajos de sensibilización. Es un trabajo efectivo, yo puedo dar fe. Nosotros tenemos más osos por devolución que por incautación de las autoridades", explica.
Pero también deja claro que el objetivo final es que a estos animalitos los dejen en paz en su hábitat. "No es una mascota. Por más tierna que sea, es más feliz en su bosque que en una casa".
Entonces miro los ojos de esta cría aferrada a su madre y pienso que, aunque sea por alguna vez, sí sonríe de verdad.
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